Al recorrer la feria de Alasita, muchos de los extranjeros se sienten estafados. Sudan a mares, les falta el aliento –La Paz queda a 3.460 metros de altitud- la muchedumbre los atropella y al final ¿qué han visto? Una colección de baratijas...
Queriendo serme útil, un amigo que trabaja en el Hotel Europa me hizo esa advertencia y yo, como buen inconformista, pensé que si existe un lugar que decepciona al turista promedio, es allí hacia donde debía dirigirme. Suena jactancioso, pero funciona.
No es una feria; son varias las que se instalan en diferentes puntos de La Paz. Los puestos están colmados de pequeños objetos: autos, casas, aviones, vacas o billetes como los de un juego de Monopoly. Los tenderos venden las piezas por separado o en cajas que contienen una muestra de cada cosa. Luego de escoger, el cliente se dirige al yatiri (hechicero) y éste baña los objetos en el humo de un sahumerio.
La creencia es que, una vez consagradas, las miniaturas se convierten en lo que son o en lo que simbolizan. Don Nicanor Arumi tiene un campito en la zona de Huajcalla, al norte de La Paz. La tierra es fértil, pero necesita un vehículo para transportar la cosecha al mercado municipal. Para no equivocarse se hace acompañar por un amigo que entiende de mecánica y éste le sugiere que compre una camioneta Toyota... de cuatro centímetros. Las Chevrolet son potentes, pero consumen demasiada nafta. "Bueno compadre, si usted lo dice, será que es verdad", dijo el futuro dueño de una verdadera 4X4. María Teresa Aguilar es una joven de ojos vivaces, con el pelo recogido en dos trenzas. Su adquisición fue de un fajo de billetes –"porque el dinero nunca sobra"- y una especie de espiral hecha de cerámica que simboliza un excremento. No le ha ido muy bien con el novio y en los estudios, más o menos. Los habitantes de La Paz y del Altiplano creen que pisar excrementos trae buena suerte y eso es lo que María Teresa necesita en esta etapa de su vida. La vendedora le recomendó que comprase euros porque cotizan mejor que el dólar.
Lo que más llama la atención es que la gente acude a este zoco como quien resuelve un trámite burocrático, sin la devoción de quien se inclina ante la imagen de la Virgen ni nada parecido.
La feria de Alasita (significa 'cómprame' en aymara) es más genuina que los carnavales, muchos de los cuales se realizan para atraer turistas. La fecha que se elige es el 24 de enero y el momento más propicio para bendecir los objetos es a las 12 del mediodía, cuando los sueños se hacen realidad. Se trata pues, de un ritual pragmático, sin trajes típicos, flautas o máscaras. De ahí que los turistas se sientan defraudados. Los vendedores se preparan con meses de anticipación. Eva Limachi, invirtió 15.000 bolivianos (unos 2.140 euros) en la producción de 16.000 gallitos de diferentes colores: blancos para el amor; rojos para los negocios y naranja para que no falte alimento.
Este año, Eva incorporó al stock diminutos ordenadores de madera. "Mucha gente trabaja con ordenadores y el trabajo es fundamental en la vida", dice. Los yatiri –hombres y mujeres- son los protagonistas de la ceremonia y se dividen en dos categorías. Los que trabajan por su cuenta y los que asocian a un vendedor, compartiendo ganancias. Algunos visten a la europea, como la mayoría de los bolivianos. Los que llevan ponchos, gorros andinos y bolsitas con hoja de coca son los más solicitados. La gente sabe distinguir a los genuinos de los impostores. Al sahumar las ofrendas, el yatiri tradicional invoca al Ekeko, la deidad de la abundancia, y a los apus, los espíritus que habitan en los Andes. Según pude comprobar, el cliente no elige al sacerdote sino a la inversa. Luego de comprar una caja con todo lo necesario para que me vaya bien, me acerqué a un yatiri anciano, parecido a las imágenes grabadas en las piedras del templo de Tihauanaku. El hombre negó con la cabeza y me derivó a doña Elvira, una hechicera que pronuncia la bendición en español y no en aymara. "No se preocupe, el resultado es el mismo", me consoló un individuo que estaba en la cola.
Queriendo serme útil, un amigo que trabaja en el Hotel Europa me hizo esa advertencia y yo, como buen inconformista, pensé que si existe un lugar que decepciona al turista promedio, es allí hacia donde debía dirigirme. Suena jactancioso, pero funciona.
No es una feria; son varias las que se instalan en diferentes puntos de La Paz. Los puestos están colmados de pequeños objetos: autos, casas, aviones, vacas o billetes como los de un juego de Monopoly. Los tenderos venden las piezas por separado o en cajas que contienen una muestra de cada cosa. Luego de escoger, el cliente se dirige al yatiri (hechicero) y éste baña los objetos en el humo de un sahumerio.
La creencia es que, una vez consagradas, las miniaturas se convierten en lo que son o en lo que simbolizan. Don Nicanor Arumi tiene un campito en la zona de Huajcalla, al norte de La Paz. La tierra es fértil, pero necesita un vehículo para transportar la cosecha al mercado municipal. Para no equivocarse se hace acompañar por un amigo que entiende de mecánica y éste le sugiere que compre una camioneta Toyota... de cuatro centímetros. Las Chevrolet son potentes, pero consumen demasiada nafta. "Bueno compadre, si usted lo dice, será que es verdad", dijo el futuro dueño de una verdadera 4X4. María Teresa Aguilar es una joven de ojos vivaces, con el pelo recogido en dos trenzas. Su adquisición fue de un fajo de billetes –"porque el dinero nunca sobra"- y una especie de espiral hecha de cerámica que simboliza un excremento. No le ha ido muy bien con el novio y en los estudios, más o menos. Los habitantes de La Paz y del Altiplano creen que pisar excrementos trae buena suerte y eso es lo que María Teresa necesita en esta etapa de su vida. La vendedora le recomendó que comprase euros porque cotizan mejor que el dólar.
Lo que más llama la atención es que la gente acude a este zoco como quien resuelve un trámite burocrático, sin la devoción de quien se inclina ante la imagen de la Virgen ni nada parecido.
La feria de Alasita (significa 'cómprame' en aymara) es más genuina que los carnavales, muchos de los cuales se realizan para atraer turistas. La fecha que se elige es el 24 de enero y el momento más propicio para bendecir los objetos es a las 12 del mediodía, cuando los sueños se hacen realidad. Se trata pues, de un ritual pragmático, sin trajes típicos, flautas o máscaras. De ahí que los turistas se sientan defraudados. Los vendedores se preparan con meses de anticipación. Eva Limachi, invirtió 15.000 bolivianos (unos 2.140 euros) en la producción de 16.000 gallitos de diferentes colores: blancos para el amor; rojos para los negocios y naranja para que no falte alimento.
Este año, Eva incorporó al stock diminutos ordenadores de madera. "Mucha gente trabaja con ordenadores y el trabajo es fundamental en la vida", dice. Los yatiri –hombres y mujeres- son los protagonistas de la ceremonia y se dividen en dos categorías. Los que trabajan por su cuenta y los que asocian a un vendedor, compartiendo ganancias. Algunos visten a la europea, como la mayoría de los bolivianos. Los que llevan ponchos, gorros andinos y bolsitas con hoja de coca son los más solicitados. La gente sabe distinguir a los genuinos de los impostores. Al sahumar las ofrendas, el yatiri tradicional invoca al Ekeko, la deidad de la abundancia, y a los apus, los espíritus que habitan en los Andes. Según pude comprobar, el cliente no elige al sacerdote sino a la inversa. Luego de comprar una caja con todo lo necesario para que me vaya bien, me acerqué a un yatiri anciano, parecido a las imágenes grabadas en las piedras del templo de Tihauanaku. El hombre negó con la cabeza y me derivó a doña Elvira, una hechicera que pronuncia la bendición en español y no en aymara. "No se preocupe, el resultado es el mismo", me consoló un individuo que estaba en la cola.
Una yatiri bendice los objetos de un cliente.
(Foto: Beatriz Misaglia)
(Foto: Beatriz Misaglia)
Sahumando a la Mamita Candelaria
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario