Los músicos me fascinan, me roban el alma. Digo los músicos de la calle, del metro, del Retiro…una vez me enamoré de uno que cantaba a la puerta de Palao, en Carmen: “…vengase toda entera que la espero…” o “…pero no quieras tentarme en la suerte de ser tu exacta biografía de mujer…” …que se me caía la ropa interior de repente…
Digo yo que son más sensibles que la media. Un compañero (músico) de Chamartín me explicó una vez lo del ritmo: cada persona tiene uno (interior), y se expresa continuamente con él: “flujo de movimiento controlado o medido, sonoro o visual, generalmente producido por una ordenación de elementos diferentes del medio en cuestión”. Soy tipo cello, pero se me contagian los pies de cualquier cosa.
Así que me bailo los kilómetros de mi transbordo, según, sin, sobre, tras. Normalmente un violinista que toca a Vivaldi, y que forma parte de la orquesta (lo descubrí la otra noche) que toca a la puerta de El Corte Inglés de Callao, profesionales de llorar (me paso media tarde, cuándo están, soy de las que aplauden para que la gente no se corte). El violinista es alto y delgado, tipo House. Me tiene fichada porque me debe ver en perspectiva cuándo me acerco y cuándo me alejo (en anverso y reverso anatómico) al ritmo de lo que toque tocar, siempre una bendición para esos túneles de Dios.
Esta mañana había otro. Un saxofonista. Ni los de Nueva Orleáns. El sonido era un hechizo ambiental. Como me habrá visto que cuándo he pasado por su lado he descubierto que era “del Este”…espero que me haya dicho algo bonito…glub...
Menos mal que hay músicos que no triunfan, menos mal, y se quedan entre la gente. Me encanta. Y me embaila.
http://www.lamusica.emol.com/tiempolibre/musica/discos/detalle/index.asp?id=1840&tpl=disco
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