viernes, 3 de agosto de 2007

DÍA POR DÍA


“Quisiera un castillo sangriento”, había dicho el comensal gordo.

¿Por qué entré en el restaurante Polidor? ¿Por qué, puesto a hacer esa clase de preguntas, compré un libro que probablemente no habría de leer? (El adverbio era ya una zancadilla, porque más de una vez me había ocurrido comprar libros con la certidumbre tácita de que se perderían para siempre en la biblioteca, y sin embargo los había comprado; el enigma estaba en comprarlos, en la razón que podía exigir esa posesión inútil.) Y ya en la cadena de preguntas: ¿Por qué después de entrar en el restaurante Polidor fui a sentarme en la mesa del fondo, de frente al gran espejo que duplicaba precariamente la desteñida desolación de la sala? Y otro eslabón a ubicar: ¿Por qué pedí una botella de Sylvaner? (Pero esto último dejarlo para más tarde; la botella de Sylvaner era quizá una de las falsas resonancias en el posible acorde, a menos que el acorde fuese diferente y contuviera la botella de Sylvaner como contenía a la condesa, al libro, a lo que acababa de pedir el comensal gordo"...

Así empieza ...


..."el pasado nos había enseñado la inutilidad profunda de ser serios, de apelar a la seriedad en momentos de crisis, de agarrarse por las solapas y exigir conductas, o decisiones, o renuncias"...


62/Modelo para armar
Julio Cortázar (1968)

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